La primera vez que escribí
la palabra magia en este cuaderno, detuve la birome sobre ella unos minutos
pensando en cómo carajo iba a explicar qué es la magia si ni vos ni yo ni los
dos juntos nunca pudimos hacerlo con precisión. No, no podría explicar lo que
es la magia. Puedo intentar, en cambio, explicar la magia que me sucede a mí,
sin atreverme a decir mi magia porque seguramente sea la de muchos otros y creo
que es parecida a la que te sucede a vos, a ese intento de definición que un
día me acercaste y que quizás ahora comprendo. La magia es un momento, un
gesto, un segundo breve que de forma inesperada te inunda de paz el cuerpo
entero. Es importante recalcar que
ocurre inesperadamente porque si lo estuvieras esperando, no sería magia. La
sentís desde la punta del dedo gordo del pie hasta la coronilla. Magia era ese
imán que hizo que la primera vez que te vi a lo lejos, de repente estuviéramos
pegados a pesar de que me escapara. Magia fue tocar tu espalda sin querer
queriendo en ese mismo recital, que meses después vos estuvieras besando la
mía. Magia fue que la noche después de la noche que besaste mi espalda te
encontrara en el patio, salir del baño y que estuvieras en la puerta
esperándome con una sonrisa llena de soles. Magia era escaparme de la clase de
Historia a recorrer los pasillos del instituto, que esos pasillos me
aburrieran, decidir salir a la vereda a fumar un pucho y verte ahí, apoyado
contra las rejas. Fue subir las escaleras y descubrirte en el último escalón
observándome, que tuvieras una tiza en el bolsillo que habías sacado del aula de tercero, tiza que decidiste apostar en una carrera hasta la esquina que te
gané y que con esa tiza dibujara una rayuela a la cual jugamos como si en vez
de ser dos jóvenes estudiando para ser profesores, fuéramos dos niños de
primaria. La magia con vos era siempre preguntarme donde estarías, buscarte,
mirarme resignada los pies, levantar la vista y verte en la vereda de enfrente.
Resumiendo, era encontrarnos casualmente, que me abrazaras, abrazarte, me
despegaras los pies del piso y comenzaras a girar nuestros cuerpos.
Todo esto se me vino
a la mente con la birome apoyada sobre la palabra magia y podría haber seguido
recordando de no haber sido por una voz que interrumpió el hilo de mis
pensamientos. Me encontraba en el bar de enfrente del instituto, esperando a
una amiga, tomando una cerveza y mirando por la ventana. Me habían llamado
“pipi”. Todos mis conocidos del profesorado me apodaban así porque, gracias a
que vos y yo nos llamábamos de esa manera, había adoptado la costumbre de referirme
de forma cariñosa con dicho término a las personas.
En un principio me resultaba extraño que de manera
espontánea me naciera decirle pipi a alguien que no fueras vos, sentía que
traicionaba tu recuerdo. Pero después me di cuenta que en todos los que me
rodeaban veía un pedacito de vos, y eso se podría deber a que yo estaba llena
de pedacitos tuyos de los cuales estaba orgullosa y que inconscientemente
reproducía y regalaba a todo aquel que estuviera dispuesto a incorporarlos.
Tardé en darme vuelta
para comprobar quién me hablaba porque el humo de mi cigarrillo me había
entrado en el ojo. Podría haber sido cualquiera pero el timbre de esa voz… No
podía ser, sería muy loco.
Estabas vos, con tu
cara a 15 cm de la mía, con tu aura de colores, con tus pestañas y ojos
gigantes que reflejaban un alma noble. Eras vos que podrías haber aparecido 10
minutos antes o 10 minutos después, pero no: habías aparecido en el momento en
que la última palabra escrita sobre el renglón era magia y la oración no estaba
terminada.
Tu aparición me cortó
la respiración por un segundo, sopló cual huracán mis pensamientos y me obligó
a apagar el pucho por temor a que notaras el temblor de mis manos.
Tu aparición era lo
último que necesitaba para poder poner en evidencia en estas líneas qué es la
magia.