Estaba soñando, pero nunca
sentí tan muerta a la esperanza.
Un tren pasaba frente a mí, no sé por qué no lo tomé. Quizás
me había bajado de el. Pero no, sabía que tenía que subir al que iba en esa
dirección.
Todas las cosas se iban tras el tren, nada mas quedábamos el
andén, el reloj, un cartel que decía “Escalada” y yo. Me toqué el bolsillo y
mis sonrisas seguían ahí, bien guardadas. Las agujas del reloj se movían hacia
la izquierda en una especie de cuenta regresiva y a medida que se acercaban al
número doce iban perdiendo sus colores. Ay, ¡y como lloraban por verme allí!
Creo que un gris me dijo que Él no iba a venir.
¿Qué era lo que esperaba sin esperanza parada en el andén?
En Remedio de Escalada solo podía haber dos respuestas: un
ser mágico o un ser que hacía magia.
Las agujas del reloj se alinearon en las doce sin que ningún
Él viniera a buscarme. Metí la mano en el bolsillo para sacar una sonrisa pero
había un agujero y se habían caído al piso. Me apresuré a recogerlas cuando
escuché el ruido del tren que se aproximaba. Desesperada, no me entraban en las
manos y el tren no parecía que fuera a frenar, y no frenó.
Todas las cosas, el andén, el reloj, el cartel que decía
“Escalada”, los colores derramados y la esperanza muerta se fueron tras el tren dejándome en el vacío.
Ahora, que no había agujas que marcaran mis horas, quizás
era tiempo de volver a empezar.
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