19.7.11

Relato de un verano. pormi.

Una calle de tierra repleta de arena y tres huellas largas y finitas que nunca han de acabar, al igual que su amistad.
Una tarde del mas feliz de los veranos que se pasó volando y ellas por un camino mas alto bordeando el mar.
Se les agitaba la respiración de tanto pedalear y se les dilataban las pupilas al contemplar el cielo y su inmensidad. 
Todo era perfecto, todo era real. 
Se sentaron en una roca sobresaliente simplemente a mirar el vuelo de las gaviotas al pasar.
Era algo natural, un fenómeno en el que nunca se habían detenido a pensar.
El viento acariciaba sus caras, jugaba en sus pelos.
Ellas maravilladas abrieron desmesuradamente sus ojos cuando el cielo comenzó a teñirse de rojo.
Se convencieron de no regresar aún: el sol no se iba, brillaba en sus miradas.

Entusiasmadas decidieron bajar a la orilla, las olas no paraban de salpicar.
Tropezaban, sonreían. No había nada que les impida disfrutar.
Vieron piedras donde rompían las olas y sobre ellas fueron a caminar.
Resbalaban, se caían pero no había nada que les impida levantarse.
Quisieron tomar una foto para ese momento nunca olvidar.
Con el cuerpo mojado y los raspones que ardían por la sal, corrieron hasta la piedra mas alta que pudieron encontrar y así, a contraluz, la fotografía de sus siluetas quedaron guardadas en el mejor lugar…
  
En aquel lugar había un árbol por cada año que su unión iba a durar y en ellos se podían las malas vibras depositar.
Una fresquita por cada luna y misterios que el sol no podía adivinar.
Una calle de tierra conectaba sus secretos con su recreación y a su vez con su refugio.
V de Tinas que te incentivaban a gritar “te la pusiste”, ridículos extraños que provocaban decirles “¡Ahí está!” y tantos recuerdos como colillas de cigarrillos.
Le demostraron a la vida que eran capaces de caminar bajo la lluvia sin paraguas soportando el diluvio. 
Comprobaron que al caerse de sorpresa no hay coxis que se rompa, y que al hacerlo del dolor no hay rodillas que se rompan si tenemos cuatro más.
Y que si los brazos en alza de alguna pidiendo ayuda se cansaban, dos pares de manos corrían a auxiliar.
Ahuyentaron los fantasmas de sus temores que las querían espantar, no querían que el pasado les impida avanzar.
Demostraron que a veces los triángulos sí son sanos, que es posible que exista una completa honestidad y que 3 no son multitud.
Descubrieron que en sus vidas había mas de una similitud, que con 30 dedos es posible acariciar la luz y que ni “la Pipi” era capaz de taparles el sol.
  
Había una estrella por cada risa y un cardo por cada momento.
Disfrutaban de lo suave de la brisa y pronto comenzaron a olvidarse del cemento,
De los autos, del ruido, del tiempo, de las corridas…
Se dieron cuenta que no les hacia falta nada mas que su compañía para alcanzar su complemento.
No hay nada como irse de campamento y escuchar los ruidos imaginarios que producen nuestra paranoia en el silencio.

Juntas nos convencimos que ningún tirón por mas fuerte que sea puede separar nuestras manos.
Son las que me dan el impulso necesario para saltar esas piedras que no se quieren correr del camino. 
Ninguna tijera tiene el filo suficiente para cortar nuestro lazo. 
Sin la que incondicionalmente están conmigo: tropezamos, caemos. Pero no hay nada como la libertad y la alegría que con su amistad me han de contagiar.



 

 

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